En términos generales, el trance puede describirse como una suspensión temporal de la mente consciente clásica, y una absorción experiencial en el mundo cuántico de la mente inconsciente.

Gran parte de los adultos pasan mayormente su tiempo en el mundo consciente, donde se organiza todo. Se encuentran siempre a un paso de la experiencia directa, pensando, analizando y preocupándose. La trampa es que puede sucder que fácilmente quedarnos atascados en esta “caja de nuestra identidad” rígida, con pocas posibilidades de cambiar.

El trance facilita una salida y vuelve a despertar el mundo cuántico de las infinitas posibilidades. Cuando entramos en trance, se desvanecen temporariamente los límites de nuestra “caja” del ego. Dejamos de lado el pensamiento analítico y las percepciones condicionadas y nos sumergimos en el océano de la conciencia primitiva, el mundo de las imágenes, sentimientos, símbolos, movimientos y energías.

Tal como en un sueño o película, en el trance podemos ir a cualquier lugar. La realidad clásica deja lugar a un campo más sutil de posibilidades creativas. Se tornan variables todas las estructuras ordinarias de la identidad, habitualmente prefijadas (como el tiempo, el significado, la personificación, la memoria, la lógica, y los mapas cerebrales) liberándolas para generar nuevos patrones e identidades.